Vampire The Masquerade: Bloodlines, un mundo de tinieblas

"We´re poppin´ a cherry here!"
- Smiling Jack

¡Estamos jodidos!, una panda de altivos chupasangres nos rigen con puño de hierro desde los albores. Numerosos movimientos filosóficos y sociales se han ido sucediendo hasta llegar a un equilibrio geopolítico en la sociedad cainita occidental, oculta a los ojos de los mortales en su mayor parte. La fundación de una Camarilla les impide coscarse de la existencia de criaturas que se trincan sus fluidos en callejones oscuros y habitaciones lustrosas de moteles de carretera. A esta suerte de mascarada se opone el Sabbat, una secta de facinerosos cuya dedicación primaria es armar ingente follón opinando sabiamente que aquí hay que dejarse de milongas e imponerse sin miramientos en una guerra abierta contra los humanos. La camarilla es puesta a parir por los Anarquistas, quienes afirman con vehemencia que está podrida y sus integrantes van por ahí repartiéndose sobres en coches privados financiados por una contabilidad en B. 

Cultos pronosticando el regreso y posterior golpe de rabo apocalíptico del padre oscuro Caín esparcen la corrupción allá donde pisan, mientras que algunos humanos, conocedores de la existencia de estos adorables seres, van a muerte contra ellos usando todos los medios disponibles. En este universo, Pdr Snchz sería ghoul de un Ventrue venido a menos y Bárcenas un Giovanni al que no le han ido bien sus últimos chanchullos. Por si fuera poco, una facción asiática conocida como los Kuei-jin está empezando a ganar poder por estos lares, reuniendo adeptos, adquiriendo negocios a tutiplén y vendiendo coches y lavadoras mucho más barato que se lo quitan de las manos, oiga.

Pero a nosotros todo esto nos la ha resbalado hasta ahora, porque ayer nos pusimos hasta el gorro de vermut y nos hemos levantado en casa de una chica extraña y un tanto fría al tacto. Con fuerte jaqueca y no poco dolor de huesos, nos incorporamos sobre una cama en una habitación mugrienta de Los Ángeles hasta llegar a verla, sentada en el sofá. En verdad está potente, vaya suerte la nuestra. Entonces unos fulanos irrumpen y no nos enteramos de nada pero aparecemos de sopetón en lo que parece ser un teatro, arrodillados. Es una especie de juicio, y por lo visto, están viendo si nos perdonan la vida. Finalmente salimos indemnes, pero que dice el Príncipe local que nada de zarandajas de leguleyo, así que nuestro ligue de barra de bar no corre la misma suerte y acaba con la cabeza separada de su cuerpo, ejecución sórdida de guardaespaldas brutal mediante.

Y en esas estamos, gañán. Como agente del mandamás de Los Ángeles, eres asignado en Santa Monica al servil Mercurio para ir resolviendo los asuntillos que se vayan presentando.

Allá por 2004, Troika Games quiso hacer realidad los sueños de los roleros pajilleros de todo el mundo (entre los que un servidor honestamente se incluye) creando el RPG definitivo, uno que aunara inmersión, violencia extrema, mucha libertad de decisión y empleara el -extensísimo y precioso- trasfondo escrito de la franquicia de White Wolf, cuidadosamente formalizado a lo largo de todos los años que llevó activa mediante multitud de módulos, libros de narrador y novelas de clan. No obstante, las pasaron canutas en las postrimerías del desarrollo y tuvieron que cortar antes de tiempo, ofreciendo un final apresurado y traicionando ligeramente la intención original, aunque sin llegar a pifiarla del todo. Aquí estaba el mejor juego de la historia, señores. Pero, como son las prisas, todo quedó en "el mejor juego de la historia", enfatizando (mucho) las comillas.

Porque ya es viejo y se le notan las arrugas, el sistema de combate en tiempo real esparrama; las físicas son erráticas, poco más que ragdolls sin ton ni son; y el último tramo puede resultar no todo lo satisfactorio que cabría esperar teniendo en cuenta la base sobre las cuales juega: opciones, tanteo, HAMOR. Bloodlines debió, en última instancia, haber ofrecido posibilidades finales entregándose en cuerpo y alma a sus propios términos. Tampoco ayudó un lanzamiento del juego desastroso debido a una mala planificación, con poca o nula publicidad por parte de Activision y numerosos errores funcionales que imposibilitaban el experimentarlo cómodamente (ahora solventados con los parches de la comunidad). Por todo esto, no es de extrañar su fracaso en ventas. En palabras de Brian Mitsoda, principal escritor del juego: "teníamos muy poco tiempo y estábamos en mala posición, pero también teníamos claro que probablemente jamás volveríamos a poder crear algo así". 

No obstante, que la fruta escarchada no sea del gusto del comensal no hace que el roscón sepa a mierda ni mucho menos, y hostigar a una cazadora stripper en Hollywood sigue resultando un placer que pocos exponentes del medio han conseguido recrear.

Esto es así. Bloodlines triunfa en los detalles, en las distancias cortas, cuando vas más allá de un acabado gráfico ciertamente modesto. Se nota desde los primeros compases, en la casa de la playa de Santa Monica donde se alojan una panda de matones que le han robado un potente explosivo a tu compañero. Bajas a esa playa angosta, al calor de una hoguera concurren seres marginados que se cuentan sus penas. A tu izquierda, unas destartaladas escaleras llevan a la feria del muelle, donde esta noche ha tenido lugar un macabro asesinato que está siendo investigado por la policia local. Una chica desconocida acude rauda nada más verte y te espeta tu futuro sin venir a cuento (Don´t open it!), dándote indicaciones de cómo llegar a tu objetivo. Una vez allí, puedes emplear el sigilo, acudir al clásico método bíblico de repartir hostias o tirar por lo conversacional; y, cuando el kinki de turno se niegue a darte por las buenas lo que has venido a buscar acompañado de un '¿Y ahora qué, gilipollas?', eliges usar la disciplina dominación, pagarle más dinero o bien soltarle 'pues lo que sigue, listillo' y teñir las paredes de abundante rojo sangre.

Esta tendencia se prolonga hasta casi el final del trayecto, con varios tramos muy destacables. De esta forma ya se tiene más o menos claro cómo van a ser las cosas cuando el hilo argumental principal del juego empiece a encarrilarse. La aparición de un misterioso sarcófago venido de una excavación en Oriente Medio dará pie a una serie de jugarretas entre los principales poderes de la zona por hacerse con él. La creencia general viene a ser que dentro de este sarcófago se oculta en estado vegetativo un vampiro de inmenso poder. Controlarlo sería similar a disponer de diez ojivas nucleares instaladas en misiles de largo alcance, o lo que es lo mismo, que la peña se lo piense dos veces antes de tocarte las narices. Que se lo digan a Corea del Norte, que ya veréis como solloza por lo bajini. 

Sin embargo, lo que hace especial a Bloodlines no es tanto la fórmula que aplica como la forma en la que lo hace. Las diferentes situaciones están definidas tratando siempre de ser lo más coherentes posible con lo propuesto y con el contexto que presentan. Lo son tanto que, diablos, parecen estar basadas en hechos reales. Algo aparentemente simple como es robar una bolsa de sangre del hospital (incluso si esta sangre es de hombre lobo) es tan absorbente que le deja a uno ojiplático. En otros títulos cómodamente asentados en las pronunciadas laderas de la campana de Gauss, esto se llevaría a cabo como un tutorial rutinario con poco o nulo interés, con punticos de ve aquí y ve allá, paredes invisibles que te dan en los morros, habría un turiano estático esperando a que le trajeras lo que sea que te han pedido... pero aquí dejan al jugador a lo suyo. Se introducen submisiones importantes, lecturas furtivas de correo electrónico, extorsión a cirujano con rastas, manipulación a guarda de seguridad por diversas vías... Incluso las partes en la que no te dan opciones y debes emplear la violencia tienen la suficiente veracidad para ser como son.

Esto se llama sensación de progresión. Sientes que te has ganado cada uno de los puntos de experiencia que has usado para subirte un nivel de Celeridad. Porque las cosas están donde deben estar a pesar del surrealismo imperante. El yonqui oculta su basura en sitios lógicos, los asesinos en serie enloquecidos pueden ser convencidos de que se puede ir por ahí sin matar a nadie y a los anarquistas les gusta el jebi. Hay coherencia, maldita sea.

Vampire Bloodlines es un videojuego único, un conjunto de virtudes y defectos al ritmo del Swamped de Lacuna Coil muy poco usual en este tipo de producciones. También es imperfecto, claro, aunque para quienes huimos cada vez más de la perfección (simetría, orden, distancia, asepsia... NO, dame cicatrices, fracasos y perdedores), nos viene de perlas. Pero todo lo que contiene me importaría un nabo si no significara nada, si fuera una mera excusa para alargar el asunto innecesariamente y pasar a endosarles pasta y copias gratis a los medios de moda para que te publiquen análisis favorables. 

No es el caso este, no. 

Poco importa el sarcófago o dónde esté o lo que haya dentro o quién cojones es el taxista. Lo que concierne aquí es el príncipe cobarde, el críptico historiador, la hechicera caníbal, el ladino anarquista, el fantasma del hotel... personajes sencillos potenciados por multitud de detalles que los rodean, por sus reacciones ante los acontecimientos, por el tono de sus discursos (cubiertos estos por unos diálogos y un doblaje al inglés apabullantes). Importa el mundo que presenta: maravilloso, frío y lleno de tinieblas; y también lo hace la figura del vampiro, castigado por un crimen cometido por otros hace miles de años, al que han robado la mortalidad y con ella el miedo a vivir o morir -¿qué queda después de esto?-. Sin embargo, por encima de todo, importa tu capacidad para salir indemne de un combate, tu búsqueda del nosferatu influyente, tu forma de tratar con la mascarada, el papel que juegas en todo esto. 

Al equipo de Vampire Bloodlines le importas tú como jugador y la experiencia que vas a tener con lo que han cocinado, pase el tiempo que pase, aunque sean más de diez años.

Y no hay más.

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